Desde la estación ferroviaria de Ciudad Real se ve el anuncio de la mueblería Jacinto Jaramillo.

Me parece que los dueños pecan de demasiado sutiles. Para ser más directos, yo les recomendaría una foto frontal de un coño. No creo que tengan problemas para encontrar una por Internet. Eso sí, en esos contornos sería más difícil fingir que la carne femenina está marcada con hierro o tiene estampado un letrero, como ocurre en la foto de estas nalgas; por tanto, para completar la sugerencia, yo propondría editar la imagen de modo que uno de los labios mayores tenga cosida una etiqueta de cartón, y poner ahí los datos de la mueblería al lado de un código de barras.

Al fin y al cabo, una empresa que incluye design & quality en su nombre debe hacer llegar claro su mensaje a los clientes que desea, en vez de dar rodeos melindrosos.

Sin embargo, a pesar de tanta delicadeza, hay mujeres que todavía protestan, qué cosas. Y el Instituto de la Mujer indica que esta publicidad es denigrante; ¡qué atrevimiento!

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Ya había escrito las cuatro líneas anteriores cuando veo que la empresa decide retirar el anuncio.

No las borro, entre otras cosas porque la empresa deja muy claro que les molesta extraordinariamente quitar la publicidad. Ya ha salido la mujer que siempre aparece como pantalla en estos casos.

En este caso, es la contable quien nos explica que, puesto que ella no se siente vejada por la empresa que le paga, nadie más debe sentirse así. Además, el anuncio le parece «gracioso», vulgaridad a la que ya estamos acostumbrados; y le parece mal que se cuestione la ética de la mueblería. Comprendo este punto de vista, porque la empresa patrocina a la Hermandad del Prendimiento en Semana Santa.

No me hace ninguna gracia persistir en un estado de indignación constante: enrarece el aire o, en términos modernos, contamina la atmósfera. Cómo me gustaría parecerme a quienes observan y participan del mundo con benignidad, tolerancia y comprensión.

Sin embargo, es fácil imaginar que quienes no mantenemos esta actitud con estupenda naturalidad, sino que intentamos educarnos en ella, explotamos de repente con el comentario aparentemente leve o la omisión con aire de inocencia, después de haber procurado con nuestra ¿mejor? voluntad ocultarnos a nosotros mismos que nos apetece gritar de enfado ante lo más grueso.

Una vez aquí, tengo que dar algunos antecedentes. Demasiados para el gusto de cualquiera, así que me limito a enlazar en lugar de describir. Son el resultado de una búsqueda rápida sobre los abusos de la Iglesia católica en años recientes. (más…)

Qué historia fascinante y sobrecogedora. Leo aquí, entre otros sitios, sobre un libro recién publicado, The Immortal Life of Henrietta Lacks, de Rebecca Skloot. Traduzco rápidamente del resumen que se proporciona en el sitio web:

«Se llamaba Henrietta Lacks, pero los científicos la conocen como HeLa. Era una campesina pobre que trabajaba en la misma plantación de tabaco que sus antepasados, esclavos del sur estadounidense; sin embargo, sus células, obtenidas sin su consentimiento, se convirtieron en uno de los instrumentos más importantes en medicina. Fueron las primeras células inmortales cultivadas en laboratorio y siguen vivas hoy, aunque Lacks lleva muerta más de sesenta años. Si pudiéramos amontonar en una balanza todas las células HeLa obtenidas, pesarían más de quinientos millones de toneladas, tanto como un centenar de réplicas del Empire State Building. Las células HeLa fueron decisivas para obtener la vacuna de la polio; descubrieron secretos del cáncer, los virus y los efectos de la bomba atómica; contribuyeron a notables avances como la fecundación in vitro, la clonación y el mapeo genético, y se han comprado y vendido en número de miles de millones.

Johns Hopkins Medical Institutions

»Sin embargo, Henrietta Lacks, enterrada en una tumba sin identificación, sigue siendo prácticamente desconocida.

»Ahora, Rebecca Skloot nos propone un viaje extraordinario: desde el ala «de color» en el hospital Johns Hopkins de la década de 1950, hasta laboratorios inmaculadamente blancos, donde hay congeladores llenos de células HeLa; desde el pueblecito moribundo de Henrietta, Clover (Virginia), territorio de cabañas de esclavos, curaciones por la fe y vudú, hasta el actual Baltimore, donde viven sus hijos y nietos, que intentan asimilar el legado de sus células.

»La familia de Henrietta no supo de su inmortalidad hasta más de veinte años después de su muerte, cuando unos científicos que trabajaban con HeLa comenzaron a utilizar a su marido y sus hijos en investigación, sin procurar su consentimiento informado. Y aunque las células habían impulsado una industria multimillonaria que vende materiales biológicos humanos, su familia no vio nunca ni un centavo de los beneficios. En la brillante exposición de Rebecca Skloot, la historia de la familia Lacks, tanto la pasada como la presente, aparece inextricablemente ligada a la oscura historia de la experimentación con afroamericanos, el nacimiento de la bioética y las batallas legales sobre si controlamos la materia de que estamos hechos.»

Buscando un poco más sobre Rebecca Skloot, he visto un artículo de Público acerca del libro. Además, la autora mantiene un blog en Science Blogs, un conjunto estupendo donde rebuscar curiosidades, divulgación o explicaciones después de terremotos, por ejemplo. Y me hizo gracia que haya escrito sobre cirugía de peces.

Leo con disgusto sobre el caso de Pepe el Ferreiro y su museo etnográfico de Grandas de Salime (Asturias).

Este texto de Pilar Sánchez Vicente me parece un estupendo resumen de lo ocurrido. También me ha gustado este otro artículo, algo más largo, del ex rector de la Universidad de Oviedo Alberto Marcos Vallaure.

En su título,  Sánchez emplea con ironía la palabra gestor, lo que me hace rumiar tres tendencias entre quienes aprueban la destitución del Ferreiro con formas tan zafias, espigadas estos días entre lo publicado por ahí:

1. Como siempre, aparecen los mezquinos habituales que argumentan variaciones de a) con el hambre que hay en el mundo y los problemas de Asturias, b) anda que tanto ruido por un solo paisano, c) ¡si ya tenía que estar jubilado!, ¿qué más le da? (Esta gente antisocial debía vivir en cuevas en el monte una temporada.)

2. Algunos que hablan de inventarios y controles exhaustivos son tecnócratas arrogantes y ensoberbecidos que deslizan palabras como museizable a poco que puedan. Poseen licenciaturas en historia (perfectamente dignas en sí mismas, apunto en actualización) o másteres con nombres parecidos a Técnico Superior en Procesamiento de Artefactos Culturales, regados de anglicismos y mayúsculas.

3. Otros utilizan el recurso del «nadie niega que». Este artículo es un ejemplo muy gracioso: en el primer párrafo, anafóricamente, el autor/la autora encabeza cuatro oraciones con «nadie duda [lo que vale el Ferreiro]» y remata con un rotundo «No [punto y aparte]». Ah, ¿no? ¡Pues cualquiera lo diría, dado cómo han actuado los políticos responsables de esta destitución! Más parece que intentaron guardar silencio, pero una vez público, andan más cerca de agarrar la brea y las plumas que de conceder los laureles merecidos, si tal fuera el convencimiento sobre la valía del personaje. En fin, la retórica al servicio de decir que lo blanco es negro.

Releía yo ayer con gusto La faz de España,* de Gerald Brenan, que como buen británico cultivaba con mucho acierto la brevedad del aforismo:

«[…] los españoles no tienen sentido de la equidad. Viven en un sistema en cierto modo tribal, que hace que para ellos sea un deber moral el favorecer a sus amigos a expensas del Estado y penalizar a sus adversarios. Esta es la primera ley de este país, y fue tan observada durante el gobierno de la República como lo es ahora [1949].»

*(Traducción de Domingo Santos. Barcelona: Plaza & Janés, 1985, p. 189.)

Los responsables del tren de cercanías velan por nuestra seguridad.

(El texto dice: «En caso de ser necesario el uso de este elemento y la falta del mismo, solicitese al personal de servicio en el tren».)

¿Por dónde empezar? ¿A qué burócrata despistado se le ocurrió que semejante galimatías era buena idea?

En estas líneas, por ejemplo, cuesta esfuerzo no ver un anacoluto, falta una tilde y aparece el dichoso anafórico mismo (aquí, el comentario de la RAE, punto 3). Pero además, según el cartel, entiendo que si en un viaje corriente, sin problemas, me percato de la falta del martillo, perdón, del elemento, lo lógico es callarme. Solo corresponde avisar al personal en caso de necesidad: por ejemplo, después de un choque. Ya me imagino la escena, con el vagón lleno de humo y los pasajeros buscando al revisor:

—¡Oiga! ¡Aquí no está ese elemento que la Renfe es incapaz de nombrar!

—¡El martillo!

—¡Niño, calla, que no podemos mencionarlo! ¡Solicitamos el mismo!

La Feve, en cambio, es mucho más directa en su propósito de incomunicarse con los pasajeros y prescinde de tonterías como textos legibles.

Todos advertimos la pujanza contemporánea del género detectivesco o policíaco en la literatura. Yo también soy fan y me alegro de que tantos escritores de renombre expresen su gusto por lo que parecía una subcategoría aún más frívola dentro de la novela, género ya prescindible según ciertas interpretaciones carcas y pedantes de la literatura.

Lo detectivesco ha impregnado otras formas artísticas: cine, televisión, teatro, supongo que cómic. Debo admitir que padezco mucho despiste e ignorancia sobre todo lo audiovisual; sin embargo, el caso es que últimamente veo con fascinación algunas series policíacas en la tele. Me sorprenden la complejidad y calidad de los guiones, con personajes robustos y bien construidos, la velocidad de la intriga, la atención a los detalles. Todo esto se refleja, por ejemplo, en mi última serie favorita: The Closer.

En cambio, ciertas series presentan características técnicas excelentes que percibe incluso alguien como yo, pero pierden groseramente calidad con personajes planos o giros melodramáticos del argumento, con lo que se difumina el interés. Me refiero a series como Ley y orden, especialmente la subserie referida a delitos sexuales, o CSI.

Además, cuando ya hemos asimilado los principios básicos del sistema legal estadounidense y podríamos recitar de memoria los derechos del detenido, incluso la importancia de comprender estos, llega un/una policía idiota que pone todo patas arriba. Normalmente, este personaje intenta saltarse la ley con la más trágica de las actitudes y una sensibilidad pretendidamente exquisita, mezcla en realidad de san Juan Bosco y Gengis Jan («¡pero es un niiiiño! ¡A los agresores de niños hay que trocearlos, arrancarles la nariz y sacarles la sangre a cucharadas! ¿Y si fuera tu hijo?», etcétera). 

Sigo gruñendo: se entiende que los policías, como los médicos y enfermeros, se endurezcan un poco para soportar profesiones difíciles, pero no que los polis de ficción hagan tantos chistes malos sobre las tragedias con que se encuentran. (Sobre todo, por lo de malos.) Otra actitud que he visto en series como Ley y orden es el afán de venganza, el ensañamiento, hacia los imputados, muy culturalmente arraigado en Estados Unidos por razones religiosas, pero que fiscales y policías deberían esforzarse en contener. Esto se disimula un tanto en los guiones haciendo que los detenidos sean monstruos repugnantes sin ningún rasgo que los redima, pero no por eso se digiere mejor la pasión casi sádica que ponen sus perseguidores. Quizá el ejemplo más ofensivo sea el de la violación en las cárceles, una lacra terrible y demasiado real que debería combatirse por todos los medios; pues bien, en algún episodio he visto cómo los policías se regocijan abiertamente de que sus detenidos vayan a ser víctimas de semejante delito, como si no bastara con la prisión y la longitud de las penas.

En fin, que estamos demasiado lejos de la compasión y humanidad que muestran el comisario Maigret o el inspector Wexford (por cierto, la descripción de este último en la Wikipedia me parece bastante mala).

Ni siquiera mi apreciada subjefa Brenda Leigh Johnson, de The Closer, está libre por completo de manipulaciones dudosas sobre sus detenidos, al menos para mí; no entiendo por qué los ciudadanos consagramos con tanto interés el derecho a la representación legal, algo maravilloso, y sin embargo en tantos episodios la subjefa procura insistentemente que los detenidos renuncien a él. Bueno, sí lo entiendo en términos de ficción, puesto que un rasgo fundamental de la subjefa es cerrar los casos mediante una confesión; pero vaya, parece un tanto inmoral.

Sin embargo, las virtudes de The Closer me parecen muchas y abundantes. El crimen y el dolor no se trivializan, al menos en comparación con otras series; los guiones son inteligentes; los diálogos, dignísimos; el plantel de actores quita el hipo (empezando por la extraordinaria Kyra Sedgwick, la subjefa); la cinematografía me parece buena en cuanto a movimiento o elipsis de la cámara; la serie es feminista, por ejemplo porque falta machismo inadvertido o repelente en protagonistas con quienes deberíamos simpatizar; aparece algún toque de humor oportuno y nunca ofensivo…

Pero de humor hablaré en otra entrada, que me estoy alargando demasiado.

A través del Guardian me entero sobre otro intento de introducir un nuevo signo de puntuación: el SarcMark, que pretende sugerir el sarcasmo de quien escriba. Es casi inevitable hacer comentarios como «oh, cielos». Los divertidos profesores de Language Log mencionan una reacción típica:

«Qué idea tan excelente. Seguro que será un gran éxito.» (John Gruber)

Por cierto, ni siquiera se trata de ninguna novedad; basta con leer los dos artículos mencionados y sus comentarios, más un post previo de Benjamin Zimmer.

Lo que más me llama la atención, sin ser tampoco novedoso, es que la empresa pretenda cobrar por el uso de semejante signo. Siguiendo con Language Log, el sarcasmo de Chris Potts se extiende también a los derechos intelectuales sobre tal garabato. Algún comentarista se indigna más adelante, sin sarcasmo ninguno, de que alguien pretenda patentar un signo de puntuación. La versión más caritativa es suponer que la empresa sabe de sobra que comete una estupidez, pero quiere hacerse publicidad. Sigue siendo publicidad cuestionable, pero yo no entiendo de estas cosas; quizá sea útil.

Puestos a pagar derechos de autor sobre letras, números y garabatos, a mí me gustaría pagárselos a los Teleñecos, por ejemplo.

De entre lo que he leído sobre el espanto, me apetece destacar esta propuesta para la organización de la ayuda en Haití, aunque valdría para cualquier otro país. Llevo un rato espigando el sitio web; MADRE parece una organización muy valiosa.